Después de una semana lejos de casi todo, intentando oler la esencia del verano, como masaje con flores y chocolate, regreso a los pitidos, a los martilleos de cabeza y al hacer sin cesar.
Algo más de siete días para saborear el respirar sin prisa, el tacto de las sábanas y comprender a la pereza.
Semana de amigos, de sonrisas necesarias, y de momentos improvisados que el cuerpo necesitaba.
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